lunes, enero 12, 2009

El Buen Canario
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El 2008, constituyó un marco que abrió las salas de teatro a proyectos serios, ambiciosos, de amplio presupuesto, con elencos que pocas ocasiones pueden disfrutarse en los escenarios. Así, tres títulos se distinguieron dentro de las marquesinas de la Ciudad de México: 12 Hombres en Pugna, Pájaro Negro y El Buen Canario; este último, sin duda una atrayente producción que ostentó en sus créditos la dirección escénica de John Malkovich, hecho que por sí mismo abre la curiosidad sumado al sugestivo cuadro actoral integrado por Diego Luna, Daniel Gimenez Cacho, Bruno Bichir, Irene Azuela, entre otros.

Para acercarnos a la trama de El Buen Canario bien vale subrayar a su autor, Zach Helm, el mismo hombre cuya imaginación arrojó el significativo guión cinematográfico de la cinta Stranger than Fiction. Con este dato, se alcanza a distinguir que lo que se presenta en escena apunta hacia situaciones tirantes, emocionales, englobando un mensaje muy particular con respecto a la sociedad moderna del mundo occidental.

El hilo del discurso gira alrededor de la vida del escritor Jack Parker, cuyo éxito repentino resulta tan asombroso, lleno de futuro, que lo único que pareciera ensombrecerlo son las adicciones y desequilibrios padecidos por Annie, su mujer.

De este modo, en su transcurso, El Buen Canario da tiempo para los afectos, la furia, y la trasmutación psíquica. Por supuesto, todo representado con la mayor habilidad, exhibiendo lo aventajado que resulta Malkovich al explotar el carácter y la habilidad actoral de la que son capaces sus ejecutantes, que más allá de la fama acumulada a lo largo de sus trayectorias individuales, dan cuenta de un talento destacado, insistiendo de modo muy personal, en la participación de Daniel Gimenez Cacho, un hombre al que bien le viste su papel de Charlie, un editor literario visionario, dotado de un acido sentido del humor.

A la par, el trabajo de producción también se distingue, integrando decorados audaces que se solventan de proyecciones que otorgan al escenario de un encanto muy particular que lo asemeja más a una instalación de arte contemporáneo. En este sentido, el clima emotivo y físico que regalan cada uno de los actos logra envolver con gran impacto.

Sería de pésimo gusto puntualizar los momentos que componen la obra, sin embargo, sí puede referirse la experiencia particular a la que mueven sus diálogos, compartiendo la intensidad y nostalgia con la que se camina por la historia, que al final, deja la sensación de avidez por mirar en este 2009 la cartelera invadida de trabajos igual de capaces.



Por Carlos Alberto Ruiz