lunes, abril 21, 2008

Expresión, plata y estilo.
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Durante la pasada semana, tuvo lugar en el Centro Cultural Estación Indianilla del Distrito Federal, la décimo novena edición de Fashion Week México, un foro que integra a destacados representantes del diseño de moda en nuestro país, haciendo las veces de un gran escaparate para las propuestas nacionales ante la mirada internacional.

Esta ocasión, el programa de la semana estuvo compuesto por treinta desfiles que envolvieron la selección Otoño/Invierno 2008-2009, de firmas como Leonisa, Cubo, Amelia Toro, Royal Closet, Trista, Marvin & Quetzal y Malafacha, siendo la muestra de esta última, el motivo de mi asistencia a tal acontecimiento durante el día de su clausura.

Malafacha, es un sello formado por el diseñador de moda Francisco Saldaña que al lado del comunicador visual Victor Hernal, estructuran un proyecto de estilo propio dentro del diseño y la moda contemporánea mexicana. El juego de estos creadores reune piezas con una evidente cualidad de rebeldía y transgresión, consecuencia obvia, de su formación académica.

La oferta de Saldaña y Hernal, evidencia un estilo que desde hoy ya ha adoptado las formas del futuro, donde el individualismo y la provocación enmarcan cualidades singulares que suman voz y movimiento a sus prendas. El arribo de Malafacha a la pasarela del Fashion Week México, personificó una extensión de la vanguardia que amplió sus capacidades de impacto con los accesorios de Azure -la firma de plata mexicana a cargo de Carlos Rendón-, resultando de tal binomio, una vinculación multidisciplinar, donde la tela y el metal brillaron en toda su forma y textura.

Me arriesgo a sugerir, pese a críticas ortodoxas, los elementos artísticos de la pasarela en su amplio sentido, ya que su constitución esencial se halla en la inventiva de los diseñadores, siendo cada prenda, cada accesorio, una consecuencia particular de la interpretación del creador a un hecho o acto determinado, que no puede ser menos que ser calificada como expresión. Y eso, es lo que se notó en la muestra de Malafacha y Azure, un despliegue de innovación, claro, con un sentido comercial, pero que evidentemente no resta los méritos creativos.


Texto e imagen por Carlos Alberto Ruiz

miércoles, abril 02, 2008

El lago de los cisnes
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Dentro del marco del festejo por el 45º aniversario de La Compañía Nacional de Danza, tal agrupación presentó durante el mes de marzo, la trigésimo segunda temporada del ballet El lago de los cisnes, teniendo como escenario la emblemática Isleta del Lago del Viejo Bosque de Chapultepec.

El lago de los cisnes, cuya trascendencia y condición de obra maestra sobra destacar y argumentar, forma parte los trabajos concebidos por el compositor ruso Piotr I. Chaikovsk, que estructura el fondo sonoro en el que deambula la notable coreografía creada en el año de 1895 por Lev Ivanov y Marius Petisa.

Ordenado en cuatro actos, este espectáculo, cuenta la historia de Sigfrido, un príncipe cuyo aventurado destino lo transporta a un algo encantado donde descubre a Odette, una bella mujer que infortunadamente se encuentra encantada y transformada en cisne bajo el hechizo del malévolo Von Rothbart. De tal modo, que en el desarrollo el príncipe se disputa la liberación y amor de Odette.

Evidentemente la agudeza que empapa a esta obra al articularse en un ambiente naturalmente bello, como lo es el lago de Chapultepec, trastoca las posibilidades que por sí mismo este ballet posee. Una armónica producción, la destreza del cuerpo de baile que logra una ejecución considerable enfilan esta propuesta hacia resultados indiscutiblemente favorables. Sin embargo, el éxito de esta temporada no lo arranca el espectáculo, ni las posibilidades dancísiticas del mismo, el triunfo real queda en las expectativas y curiosidades de un público novel, que quizás sí, careciendo de las posibilidades de los grandes conocedores, se aproxima al ballet dispuesto al asombro, con vulnerabilidad total encontrando ahí sus coincidencias con los expertos. Es ahí donde radica el verdadero alcance de este ciclo que año tras año amplifica su trascendencia, que con una naturaleza incluyente otorga una amable recepción a los visitantes nacientes, que bien venimos acrecentándonos y amenazando con permanecer.


Por Carlos Alberto Ruiz