miércoles, febrero 20, 2008

El Hershey Man
.
Surgida como una respuesta natural a la interdisciplina, La Manga Video y Danza Co., ha conformado desde 1994, la producción de diferentes conceptos artísticos y de expresión, en los que cabe el video, el teatro, la danza, la investigación entre otros recursos que originan propuestas estéticas capaces de rebasar cualquier clasificación.

De entre sus proyectos se encuentra El Hershey Man, un ensamble donde la imagen, el sonido y los movimientos corporales estructuran un alarido de protesta contra la violencia a la vez que exige la reivindicación del individuo.

Tal espectáculo -que mantendrá funciones hasta el mes de mazo en el Foro de las Artes de la Ciudad de México-, se cubre de la autoría, coreografía e interpretación de la bailarina Gabriela Medina, quien tras ser testigo de un acto de violencia en el que un hombre que roba un par de chocolates Hershey es brutalmente golpeado por el dueño del almacén, reacciona a su percepción integrando un ejercicio en el que una expresión y emotividad excesivas son capaces de perturbar la conciencia el espectador e impulsarlo hacia el cuestionamiento de las prácticas sociales del mundo moderno.

El Hershey Man es movimiento, pero también es guerra. Literalmente es un bombardeo permanente resultado del trabajo visual de Mario Villa, que bien es capaz de estructurar un discurso que se integra de manera natural a las travesías de Medina, en un cuadrilátero donde la tragedia supone la totalidad con una naturalidad incesante.

Es verdad, El Hershey Man genera miedo, provoca convulsiones emocionales que retan al espectador, sin embargo, permite la interiorización, y quizás sea eso lo que justifica la continua exposición de la tragedia, porque al termino, duele.

La invitación a presenciar el espectáculo es por demás evidente, no guardo el menor recato. Soy vulnerable al encanto de la danza y sé que esa afección por el movimiento es compartida con otra colectividad aún mayor de la que asiste a las salas, y tal vez sea éste el pretexto que permita reconocernos
y celebrar los placeres comunes.


Por Carlos Alberto Ruiz

martes, febrero 05, 2008

Paula
.
.
Generalmente, todo lo que leo se somete a mis instintitos; cada libro que adopto me gana por su título, portada o tan sólo por otro elemento mínimo de atracción. Soy consciente de que esta circunstancia obedece en mucho a cierta soberbia que me hace dudar de las recomendaciones de los otros, que por tanto acabo por ignorar. De tal modo, en tan amplias posibilidades de sugerencia, particularmente nunca dejo pasar de largo las hechas por mi amigo Antonio Galván, cuyas encomiendas considero tareas ineludibles; tal vez por la memoria del tiempo en que fue mi profesor, pero más creo yo, lo hago por el profesor que sigue siendo para mi en el presente.

Fue así que en una plática de estacionamiento me pidió que leyera Paula, una historia de la autoría de Isabel Allende. Por supuesto, no desconocía a la autora y sabia de su trascendencia dentro de la literatura latinoamericana, mas mi aproximación hacia su trabajo había sido nula. Tras la encomienda, que se hizo más evidente cuando el mismo Galván me obsequio el libro, sólo me quedó esperar a que iniciase el 2008 para comenzar este periodo de lecturas con Paula.

Cuando una historia cautiva lo hace desde sus primeras páginas, y en este caso así sucedió. La trama contiene mucho de biográfica, y por tanto es muy íntima. Las hojas nos presentan pasajes de la vida de Isabel Allende, mismos que la autora comparte por razones y en condiciones muy particulares. De tal modo que a través de un estilo narrativo claro, sin petulancias, al poco tiempo de lectura Isabel se convirtió en mi amiga. Admito mi atrevimiento, esta historia fue escrita especialmente para Paula, la hija de la escritora, soy conciente de ello, sin embargo, me resultó difícil no entregarme a una lectura ajena cuando ésta me involucró de inmediato.

En este sentido mi reconocimiento por Allende va más allá de lo literario. Me asombra descubrir a una gran persona, sin inhibiciones, que me trató como un aliado haciéndome revelaciones de su vida, de esas que únicamente nos permitimos con nuestros íntimos. Por otro lado, cómo no admirarme cuando la autora sació mi perpetua curiosidad con respecto a las emociones ajenas; comparte mucho acerca de la concepción femenina del amor, de la sexualidad; incluso Allende se permite confidencias turbulentas, tal es el caso de sus infidelidades en el matrimonio y de cómo vivió sus primeros romances con quien hoy es su pareja.

Cuando un libro cumple es porque nos marca, y a mí Paula me marcó porque fue capaz de llevarme a explorar espacios que desconocía. Y no se cuándo vuelva a encontrarme con Isabel, tampoco sé si nuestro siguiente tropiezo alcance las intensidades que éste; por el momento la única certeza es una frase que atrapo con la intención de no dejarla escapar en mucho tiempo:


“Tal vez estamos en el mundo para buscar el amor, encontrarlo y perderlo, una y otra vez.”
Isabel Allende
.
.
.
Por Carlos Alberto Ruiz