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Surgida como una respuesta natural a la interdisciplina, La Manga Video y Danza Co., ha conformado desde 1994, la producción de diferentes conceptos artísticos y de expresión, en los que cabe el video, el teatro, la danza, la investigación entre otros recursos que originan propuestas estéticas capaces de rebasar cualquier clasificación.
De entre sus proyectos se encuentra El Hershey Man, un ensamble donde la imagen, el sonido y los movimientos corporales estructuran un alarido de protesta contra la violencia a la vez que exige la reivindicación del individuo.
Tal espectáculo -que mantendrá funciones hasta el mes de mazo en el Foro de las Artes de la Ciudad de México-, se cubre de la autoría, coreografía e interpretación de la bailarina Gabriela Medina, quien tras ser testigo de un acto de violencia en el que un hombre que roba un par de chocolates Hershey es brutalmente golpeado por el dueño del almacén, reacciona a su percepción integrando un ejercicio en el que una expresión y emotividad excesivas son capaces de perturbar la conciencia el espectador e impulsarlo hacia el cuestionamiento de las prácticas sociales del mundo moderno.
El Hershey Man es movimiento, pero también es guerra. Literalmente es un bombardeo permanente resultado del trabajo visual de Mario Villa, que bien es capaz de estructurar un discurso que se integra de manera natural a las travesías de Medina, en un cuadrilátero donde la tragedia supone la totalidad con una naturalidad incesante.
Es verdad, El Hershey Man genera miedo, provoca convulsiones emocionales que retan al espectador, sin embargo, permite la interiorización, y quizás sea eso lo que justifica la continua exposición de la tragedia, porque al termino, duele.
La invitación a presenciar el espectáculo es por demás evidente, no guardo el menor recato. Soy vulnerable al encanto de la danza y sé que esa afección por el movimiento es compartida con otra colectividad aún mayor de la que asiste a las salas, y tal vez sea éste el pretexto que permita reconocernos y celebrar los placeres comunes.
Por Carlos Alberto Ruiz
Surgida como una respuesta natural a la interdisciplina, La Manga Video y Danza Co., ha conformado desde 1994, la producción de diferentes conceptos artísticos y de expresión, en los que cabe el video, el teatro, la danza, la investigación entre otros recursos que originan propuestas estéticas capaces de rebasar cualquier clasificación.
De entre sus proyectos se encuentra El Hershey Man, un ensamble donde la imagen, el sonido y los movimientos corporales estructuran un alarido de protesta contra la violencia a la vez que exige la reivindicación del individuo.
Tal espectáculo -que mantendrá funciones hasta el mes de mazo en el Foro de las Artes de la Ciudad de México-, se cubre de la autoría, coreografía e interpretación de la bailarina Gabriela Medina, quien tras ser testigo de un acto de violencia en el que un hombre que roba un par de chocolates Hershey es brutalmente golpeado por el dueño del almacén, reacciona a su percepción integrando un ejercicio en el que una expresión y emotividad excesivas son capaces de perturbar la conciencia el espectador e impulsarlo hacia el cuestionamiento de las prácticas sociales del mundo moderno.
El Hershey Man es movimiento, pero también es guerra. Literalmente es un bombardeo permanente resultado del trabajo visual de Mario Villa, que bien es capaz de estructurar un discurso que se integra de manera natural a las travesías de Medina, en un cuadrilátero donde la tragedia supone la totalidad con una naturalidad incesante.
Es verdad, El Hershey Man genera miedo, provoca convulsiones emocionales que retan al espectador, sin embargo, permite la interiorización, y quizás sea eso lo que justifica la continua exposición de la tragedia, porque al termino, duele.
La invitación a presenciar el espectáculo es por demás evidente, no guardo el menor recato. Soy vulnerable al encanto de la danza y sé que esa afección por el movimiento es compartida con otra colectividad aún mayor de la que asiste a las salas, y tal vez sea éste el pretexto que permita reconocernos y celebrar los placeres comunes.
Por Carlos Alberto Ruiz