lunes, enero 15, 2007

Stranger Than Fiction
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Generalmente los humanos subestimamos los actos cotidianos; la constancia, repetición y continuidad de tales sucesos, los ha despojado de todo valor ante nuestra mirada. Sin embargo, toda vida, así sea del ser más ordinario, del personaje más inaudito, haciendo un conteo, tendrá un gran porcentaje de cotidianidad. Y es que en realidad los actos habituales representan el umbral de lo novedoso, por más absurdo que esto pueda sonar. Porque qué otra cosa puede suceder cuando lo cotidiano se mezcla con el destino: nada menos que los momentos más trascendentes de cualquier vida.

Y es a partir de estos dos elementos, cotidianidad y destino, que la cinta Stranger than fiction –Más extraño que la ficción-, del director Marc Forster, nos comparte una historia que revela los sucesos insólitos que pueden resultar de los actos rutinarios, así formen parte de la personalidad más obstinada. Todo a partir de la interacción de cuatro personajes: un agente fiscal, una escritora, un profesor de literatura y una repostera. Claro que lo que busca este texto no es revelar la trama de la película, la intención en realidad es exponer una idea que surgió a partir de ella.

Bajo algunas circunstancias creemos que nuestra vida atraviesa por momentos y situaciones extrañas que bien podrían ser resultado de una obra literaria. El sentir nuestra vida novelizada me parece la consecuencia más natural de las travesuras constantes que se permite nuestro destino cuando se aburre de tanta pasividad y hace tropezar a nuestra cotidianidad. Bajo el contexto de nuestras costumbres rotas no nos queda más que mirar con asombro todo lo que queda fuera de ellas, y en realidad, salir de lo ordinario es lo que nos refresca y nos permite integrarnos a la rutina con la mayor naturalidad. La sorpresa del destino es aquello que puede ser capaz de reajustar realmente nuestra conciencia y emociones. El integrar a nuestra existencia lugares, situaciones, emociones o personas desconocidas es lo que nos da pie a la continuidad.

Y como cierre dejo la siguiente cita, que bien puede sonar fuera de lugar, pero a mí me parece que tiene mucha relación con lo anterior:

“¿Pero cuándo el amor es propiamente amor? ¿Puede uno amar a quien lo acompañó por una hora? ¿Por dos horas, dos meses, dos años, dos minutos? ¿Se ama a quien se conoce, justamente por eso, o quizás al revés: conocemos para mejor desconocer, y así poder amar sin el estorbo de la realidad?”
Xavier Velasco


Por Carlos Alberto Ruiz

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Carlos,

Saludos hace tiempo que no nos vemos. Por cierto, leí algnos de los textos que has puesto es este foro y me parecen interesantes, en particular este último

A caso esta película está a la disposición en algún BlockBuster o en algún otro video club.

Me gustaría que me mostraras como hacerle para generar un blog.

Anónimo dijo...

Posiblemente despreciamos lo cotidiano porque implica circularidad, regresar a donde partimos, esto es, no avanzar. Creo que simplemente se nos ha enseñado a considerar lo cotidiano como la falta de progreso, el no salir del ciclo.

Suponemos que la historia, nuestra vida, debe ser un progreso, un avance a lo deseable y por ello solo esperamos sucesos que muestren ese avance, esa evolución, ese cambio. Consideramos que la vida no debe ser repeticiones de los mismos eventos. Queremos una novela por vida.

Me parece recordar que la Idea de la Historia como una sucesión líneal de eventos es una concepción cristiana. En otras religiones existe mas bien el concepto del ciclo, y esto implica lo cotidiano.

Anónimo dijo...

Charly, me parece que tocas por demás un tema interesante.LO COTIDIANO, que por común desdeñamos a veces con pretendida altanería.

¿Cómo valorar las experiencias vividas con otra mirada?¿Cómo ver lo ajeno en lo propio?

Lo cotidiano es la historia que construimos diariamente, está edificada por esas historias que nacen, crecen y viven con nosotros. Es la historia nuestra,la que vivimos, la que somos....

Anónimo dijo...

De alguna forma la vida o nuestra vida irresistiblemente es cotidiana, ya q hay varios factores q así la obligan.
Pero afortunadamente no todos los días son iguales, siempre hay sucesos q nos dejan experiencias buenas y malas que al final del día, nos dejan recapacitando,para poder seguir con el siguiente día.

Anónimo dijo...

Buena reflexión, me has hecho considerar seriamente que durante unos días no quiero vivir nada extraordinario y no porque esté cansada de ellas, sólo quiero encadenar una buena racha de cotidianidades para aprender de nuevo a amarlas. Cierta la frase de que queremos una novela por vida, no nos damos cuenta de que muchas veces los protagonistas de las historias terminan el día muy cansados de tanto ajetreo.

Cuando acabe con mi etapa de las cotidianidades yo también quiero que me enseñes a hacer un blog. Después me pongo en contacto contigo

Anónimo dijo...

Carlos:

Entro rápidamente a tu blog y doy vistazos disparejos por algunos de tus textos. Me alegra tu espíritu comunicativo para darnos a conocer el producto de tu pensamiento. Te despojas de los aires grandilocuentes e intelectualoides y estructuras tus mensajes haciendo uso de la característica más difícil del estilo: la sencillez.

Eso debe ser nuestra vida personal y profesional: una huella de sencillez.

Sigue escribiendo en este espacio, que, además, es un buen pretexto para ver a algunos conocidos, pero sobre todo para verte a ti, en ese espíritu que tiene la necesidad de comunicarse y aprovecha los adelantos tecnológicos de su tiempo.

Sobre el contenido de tus trabajos, me impacta que en el 2006 hayas visto 35 películas. Esto significa que el 10% de los días del año el cine te atrapó.

La selección de tus imágenes es buena, digamos que éstas presentan y representan parte de tu ser cotidiano (en referencia con tu último trabajo).

También destaco la lectura que haces de los hechos que protagonizas y, al hacerlos relato, te tratas como sujeto ajeno.

En fin. Podría ir destacando aquellas líneas que desordenadamente oí con el recorrido mi vista, pero prefiero no hacerlo.

Me quedo con una de las ideas que ya he expresado: la necesidad de comunicar. Ello me lleva a recordar, retomar y compartir un texto de Eduardo Galeano:

Celebración de la voz humana/2

Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.

Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor: -Algunos teníamos mala letra- me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.

La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el país, la comunicación era delito.

Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores.

Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban: compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuesta.

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.