miércoles, marzo 07, 2007

Anna Karenina
.

El pasado fin de semana, El Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, albergó una serie de presentaciones del Ballet de San Petersburgo, mismo que dirige el coreógrafo Boris Eifman.

La propuesta que esta ocasión compartió la compañía lleva por título Anna Karenina, basada en la novela del mismo nombre de la autoría del escritor ruso Leon Tolstoi, publicada por primera vez en el año de 1872. Con base en esta obra literaria y nutrida por piezas musicales de Piotr Illich Tchaikovsky es que se forma el espectáculo más novedoso del cuerpo de bailarines de Eifman.

Ubicada en el siglo XIX, Anna Karenina, aborda la historia de una mujer de la alta sociedad rusa, esposa de Karenin y madre de un pequeño; que tras asistir a un baile cae enamorada de Vronsky; hecho que trastoca la vida emocional de la protagonista y trae como consecuencia la formación de un triangulo amoroso entre los personajes principales, que finalmente encuentra resolución en la tragedia.

Si por si misma la novela de Tolstoi constituye un drama capaz de trastornar a todo aquél que se acerque a ella; las andanzas de Anna Karenina interpretadas por el conjunto de bailarines cobra tal intensidad, que cada movimiento constituye un golpe capaz de atacar las emociones del espectador y llevarlas al extremo del miedo y la angustia.

El Ballet de San Petersburgo, considerado como uno de los mejores a nivel internacional, erige su valía no únicamente por la tradición dancística de su geografía, su real grandeza es resultado de la mezcla formada a partir del ballet clásico ruso, la danza contemporánea, aspectos del teatro moderno y elementos del lenguaje cinematográfico. Mismo que hace posible que su trabajo traspase la estética y sutileza de los movimientos armónicos para lograr proyectar incluso, rasgos psicológicos de sus personajes.

Además de todo lo anterior, el espectáculo de Anna Karenina obliga a la reflexión con respecto a las relaciones humanas y su desgaste natural consecuencia del tiempo. Cuestiona la estabilidad social contra la pasión y el erotismo, volviéndolos elementos incisivos al tratarse de un personaje femenino. Por lo que al final resulta difícil para el espectador alcanzar juicios equitativos, tal como resulta difícil evaluar el desarrollo de cualquier relación amorosa. Porque sabemos, el amor en un principio establece sus cimientos a partir del deseo, para posteriormente tornarse sólido como consecuencia de vivencias comunes que lo dotan de mayor complejidad, que en su transcurso, pueden llegar a alejarlo del erotismo que lo nutria en su principio…
.
Por Carlos Alberto Ruiz

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante tu apreciación, soy un bailarín profesional colombiano y me gustaia agregar a tu escrito que si bien el ballet de San Petersburgo es considerado como uno de los mejores, es gracias al sentimiento interno que desarrolla cada uno de los bailarines en escena. Es indiscutiblemente diferente cuando observas un espectáculo y cuando tu cuerpo es parte del espectáculo; como bailarín puedo manifestarte que un cúmulo de sentimientos te invaden cada vez que estas en el escenario que se transforman en fuerza, energía, versatilidad y amplitud en cada uno de los movimientos, acompañado claro está de la técnica, un factor importante para el desarrollo de un buen bailarín. La danza es un lenguaje místico que expresa infinidad de posiciones acerca de lo real o lo fantástico. El cuerpo es el vehículo por el cual este lenguaje se puede transmitir. El movimiento es la palabra y la continuidad en el movimiento es la construcción del mensaje más claro que jamás se pueda imaginar.

Carlos Alberto Ruiz dijo...

Mauricio:

Pues de antemano gracias por ofrecer tu percepción y complementar de tal forma el texto en torno al Ballet de San Petersburgo. Tu posición desde la perspectiva de bailarín me parece de lo más acertada, y porqué no, digna de envidia de todos aquellos que por las condiciones de nuestra profesión u oficio jamás podremos llegar a experimentar tal sensación que ofrece la danza a su ejecutante. Sin embargo, nos queda el consuelo de ser espectadores, que creo, nos permite y mucho robar a cada bailarín parte de esas emociones.